viernes, 3 de febrero de 2012
MATERIALES E INDICIOS...
¿Nos contarás tu historia?
¿Nos hablarás al oído alguna vez?
¿Nos dirás: yo fui trazada
en el camino de una bala de cañón?
humillada por el viento,barrida, salvada de las peste
por el viento que sopla del sur ?
¿Nos dirás: yo fui sangrada,
vaciada, quemada, traicionada?
¿Nos entregarás espadas para vengarte?
¿Espejos para multiplicarte
¿Vino para celebrarte, voces para nombrarte?
Ciudad enmascarada que nos escondés el rostro a nosotros tus hijos:
¿Bailan juntos en tus noches
los vivos y los muertos?
¿Salen juntos de cacería los vivos y los muertos?
¿Por que tan larga nuestra vela de armas?
¿Con qué tinta se dibuja tu rostro? ¿ Con qué sangre?
¿Mueren de estafa los hombres que mueren
para que nuevamente nazcas?
Ningún dios nos ama, ningún dios nos escucha.
¿A donde, a que comarca o cielo ajeno
se nos llevaron el alma?
¿Que pajaro las robó, qué gaviota?
¿Me dejarás saber que soy de acá, sentir que soy de acá?
Ciudad mia, ciudad nunca?
¿Seré digno de hundir la cabeza entre tus pechos?
¿Mereceré beber tus jugos
amargos, poderosos?
¿Podré cantar tu canción boca arriba sobre la hierba?
¿Cantar con voz de ciego tu canción?
miércoles, 11 de enero de 2012
MATERIALES E INDICIOS...
Me angustia esa forma que tienes de aparecerte
sin convocarte,
sin respeto a mis horarios,
justo en el centro de mi mente.
Así despacio y con suavidad, puedo escucharte
cuando te me clavas en la madrugada,
mientras mi insomnio involuntario te piensa
y busca telepáticamente despertarte de tu letargo reposado.
Cierro mis ojos y en la penumbra te veo sobre tu cama,
estas boca abajo, y tu rostro descansa sobre tus brazos,
son tu almohada;
una sábana blanca cubre desordenadamente tu cuerpo desnudo,
lo sé por la forma exquisita en que se dibuja la silueta de tu cuerpo.
Tentación increíble para mi tacto.
Veo trozos de tu piel oscura que me seducen y me encienden
busco sin éxito esa mancha en tu torso que yo he bautizado,
quiero verla y sentirla para sellarla con mis labios incansables a tu cuerpo.
Tu cabello desordenado te cubre el rostro,
secretos y recuerdos me invaden la mente.
Escucho tu respiración placentera, cerca muy cerca,
y me acerco para susurrarte peligrosamente y en silencio
como preguntando: ¿Habré llegado tarde a tu vida?
A tu lado veo otro cuerpo que la penumbra me hace indescifrable,
me niego a observarlo, lo cubre tu misma sabana y está desnudo,
salgo en silencio y cabizbajo de la habitación y pienso invicto,
que nadie te ha sufrido más que yo por tenerte…
HISTORIA
CUANDO LEI A JOHN REED
Cuando tuve por primera vez un libro de John Reed en mis manos, la guerra fría estaba en su máxima expresión. Llegar a él a través de sus dos importantes escritos que contienen reportajes de guerra como “México insurgente” y “Diez días que estremecieron al mundo” era sin quererlo asumir una posición ideológica, pues prácticamente sus escritos se habían convertido en lectura obligada en la militancia de izquierda de la época.
Sin embargo, y a pesar de mi militancia no lo leí en aquellos tiempos. Lo leí 25 años después, cuando la guerra fría era formalmente un recuerdo asolapado y las mentes que desean con nostalgias un retorno al pasado son por suerte cada vez menos.
Lo compre usado y lo leí de corrido. Sus viejas y amarillentas páginas me impactaron y me obligaron a no soltarlo hasta terminarlo, dejándome deseoso de leerlo nuevamente en los siguientes meses.
“México insurgente” es un libro real. No tiene personajes superfluos, inventados. Sus hombres y mujeres, sucios y llenos de sudor montan caballos que flotan en nubes de polvo en medio de combates reales. Entre sus páginas te sientes que estás en las tierras agrestes del sur mexicano. El libro tiene vida y los nombres de sus hombres y mujeres son de carne y hueso, llenos de sentimiento a pesar de un siglo de existencia.
El tiempo y el espacio en que Reed se mueve con sagacidad y maestría son obvios en cada página y no le interesa el final. Tiene magia para dejar la sensación que escribía en el sitio los acontecimientos precisamente en el momento en que éstos sucedían, no después. Escuchas los disparos de la armería aún rustica, escuchas el galope de los caballos y ves a sus mujeres curtidas por el sol llevar las tortillas y el chile a las tropas.
El recurso de las notas pareciera imposible; la vivacidad de sus narraciones y sus descripciones, las figuras, la visión existencial de los hombres y mujeres que rodean los hechos cobra una fuerza que demuestra frialdad y pasión por recabar la mayor cantidad de detalles y gestos posibles, en muchas ocasiones bajo el fragor del combate.
El libro es impactante y es para leerlo más de una vez. Cada una de sus líneas deja recuerdos y la seguridad que es una guerra que nunca jamás volverá a suceder en esas condiciones.
En realidad, Reed impresiona de principio a fin, sobre todo cuando en la dedicatoria le dice a su profesor universitario:
“ser tu amigo es tratar de ser honrado intelectualmente”
lunes, 9 de enero de 2012
EL POSIBLE ORIGEN DE LA RELIGIÓN...
Cuando Carlos Marx a mediados del siglo XIX planteo una de sus más celebres citas sobre que “la religión es el Opio de los pueblos”, seguramente lo hizo refiriéndose al papel que ésta ha desempeñado durante buena parte de su larga vida. Si bien es cierto este enfoque es meramente ideológico y no deja lugar a dudas sobre la visión parcializada con la que lo hacía.
Y es que la religión en manos de los grupos dominantes se convirtió en gran medida e independientemente la cultura o la región geográfica de que se trate, en un instrumento que permitió justificar el orden existente, y en gran medida justificar la relación de desigualdad clasista dentro de las sociedades.
Sin embargo, los orígenes de la religión no tienen relación con la idea de justificar el orden existente. Todo lo contrario, los orígenes los vamos encontrar en alguna medida en la intensión de los primeros humanos por encontrar una explicación a fenómenos sobrenaturales y por supuesto en la búsqueda de la explicación sobre el destino de aquellos que fallecían. Es decir, la búsqueda de respuestas a lo que pasaba después de la muerte.
Desde el punto de vista general el concepto de religión ha sido definido por una variedad de pensadores de diferentes disciplinas y de acuerdo al interés que cada uno tiene por potenciar el enfoque que sustenta.
Una de la definiciones antropológicas sobre la religión es el planteado por A. Wallace, quien define la religión como “una creencia y ritual relacionados con seres, poderes y fuerzas sobrenaturales”[1], con lo cual establece en primer lugar el concepto de “creencia” hacia un mundo fuera de lo natural, una especie de reino o lugar extraordinario que se encuentra fuera de la realidad, de lo que vemos. En segundo lugar Wallace habla de “rituales” como una forma de prácticas que se desarrollan en el marco del ejercicio religioso. Estas prácticas buscan reflejar la necesidad que tienen los creyentes en tener asegurada una vida después de ésta como mecanismo para mantener la vida de manera eterna.
Si se concibe la religión como una práctica que permite aspirar a manipular las fuerzas sobrenaturales, es decir las fuerzas del más allá, aquellas fuerzas que no son observables pero que se reconoce el enorme poder que concentran, se buscara que cada uno de los rituales que se practican exprese la armonía con esas fuerzas independientemente la cultura que lo haga.
En este sentido, se plantea otra de las características importantes de la religión cual es la universalidad cultural que la misma tiene. De hecho no existe ninguna cultura, en cualquier área geográfica de que se trate que no haya o tenga una religión. Lo cual no necesariamente implica la creencia en un mismo dios en cada cultura, pues cada una tiene aptitudes, prácticas y visiones diferentes sobre el medio natural y hasta “sobrenatural” que cada cultura concibe.
Cada sociedad a lo largo de la historia humana ha poseído creencias que se pueden integrar bajo el término de religión. Comparativamente estas creencias pueden ser vistas como normales dentro de una cultura determinada, pues de manera milenaria la práctica, pero por parte de otras culturas pueden hasta ser vistas como tabú. Claro está que las creencias pueden ser diversas y variar de una cultura a otra y de un momento histórico determinado a otro.
De hecho las características de los objetos que se colocaban en orden (flores, collares, artículos para cazar y otros) y en armonía con la posición del cadáver sugiere la creencia de que la persona muerta pasaría a otra vida donde seguramente necesitaría de esos objetos. Se han encontrado incluso casos de enterramientos donde junto a los objetos mencionados también incluyeron comida y agua, con el propósito que al fallecido no le faltara en su viaje hacia el más allá.
La práctica en si sugiere la preocupación temprana que el hombre tenía por su destino después de la muerte y por esa razón a lo largo de su desarrollo estructuro diversas formas rituales que varían de una cultura a otra.
Antropológicamente se estructuran diversas corrientes teóricas sobre el origen mismo de la religión. Una de ellas es el Animismo, que viene del término latino de “Alma” postulada por el antropólogo inglés, Edward Tylor que plantea que el origen de la religión se encuentra en el estado de intriga que tenían los primeros humanos sobre la muerte, los sueños y el trance.
Tylor sugiere que los primeros hombres creían que el cuerpo humano se encontraba integrado por dos componentes uno de los cuales se activaba de día y el otro por la noche; este último se manifestaba en los sueños, como una especie de “alma abandonando el cuerpo”.
Este proceso de desarrollo de la religión según Tylor evoluciono pasando por etapas., empezando por el animismo, pero que en esencia el origen está en la necesidad de explicar cosas que la gente no entendía.
Otra teoría y que es contraria a la de Tylor es la del Animatismo. Esta teoría sugiere que el origen de la religión estaba en la idea de los primero humanos que los fenómenos sobrenaturales se podían considerar como una forma de poder personal atribuido de manera exclusiva a ciertas personas destacadas dentro del grupo social. Este poder podía obtenerlo ya sea porque nacía con él, o como factor de suerte.